El director americano Joseph Losey se encargó de dirigir esta película, basada en la ópera de Mozart, en 1979, algo desde luego inusual en el realizador de "El sirviente" y "El mensajero". La empresa de por sí era complicada por varios motivos: lo archiconocido de la obra original, la duración monumental de la misma y, sobre todo, el riesgo de unir cine y ópera. El resultado es, efectivamente, un poco desconcertante y temerario, en el sentido de que no es una ópera y tampoco, digamos, cine normal. Hay una esmerada puesta en escena, y ésta es a todas luces cinematográfica, pero inevitablemente los ritmos y la atmósfera (la externa y la interna de los personajes) no son propios del séptimo arte, sino de una premiosidad más teatral. Por otra parte, seguramente los más melómanos no quedarán del todo satisfechos, pues es inevitable que abrume la artificiosidad del conjunto, pues al no ser tampoco ópera filmada propiamente dicha, también se pierde el efecto del "directo". De todas maneras, Losey realiza un gran trabajo, pues pone mucho esmero en no forzar los cambios de imagen y en mover fluidamente la cámara manteniendo siempre que puede el mismo plano en pantalla. También le saca partido a la fotografía de Gerry Fisher, sobre todo en las brumosas secuencias del río, cuando aparecen en la fiesta las tres máscaras.
Por lo demás, es imposible no disfrutar de la impresionante música compuesta por el genio de Salzburgo y de la sólida interpretación de los actores, todos ellos grandes de la ópera, comenzando por el protagonista Ruggero Raimondi y por las excelentes Edda Moser y Kiri Te Kanawa. (DeCine21)
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